Entender la autodisolución del PKK

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¿Qué significa para Oriente Medio?

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El 12 de mayo de 2025, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Partiya Karkerên Kurdistanê, PKK) anunció su disolución tras más de cuatro décadas de lucha armada contra el Gobierno turco. Esto se produjo tras el llamamiento del líder encarcelado del PKK, Abdullah Öcalan, para que se disolviera la organización. El 11 de julio, los combatientes del PKK participaron en una ceremonia que simbolizaba el desarme. ¿Qué significará esto para los movimientos kurdos de liberación y para Oriente Medio en general?

En el siguiente análisis, una militante feminista kurda se basa en más de diez años de compromiso político y de investigación con el movimiento de liberación kurdo para explorar estas cuestiones. Criada en Irán y afincada en la diáspora kurda, la autora, Soma.r, ha estado en estrecho contacto con las mujeres participantes y sigue vinculada activamente al movimiento.


Introducción

Un grupo de combatientes del PKK se desarmó simbólicamente el 11 de julio de 2025 en la cueva de Jasna, situada en la región autónoma kurda de Irak. El lugar tiene un profundo significado histórico y político: en 1923 sirvió de refugio y base de mando durante los ataques coloniales británicos. Ese mismo año, la cueva de Jasna se convirtió en un lugar clandestino de impresión de Bangî Haq («Llamada a la verdad»), el primer periódico revolucionario kurdo, fundado por el periodista Ahmad Khwaja. Este acto entrelazó la resistencia anticolonial, la lucha política y el periodismo clandestino.

Un siglo después, el acto de desarmarse aquí no es una rendición, sino una declaración política que resuena a través de las capas del tiempo. Traza una línea entre el pasado y el presente, invocando la memoria como estrategia. Al elegir Jasna, los combatientes nos recuerdan que las revoluciones pueden cambiar de forma, pero sus raíces son profundas. Donde el imperio buscaba el silencio, las voces kurdas imprimían la verdad. Donde ahora se deponen las armas, pueden surgir nuevas luchas, arraigadas en la misma tierra, pero moldeadas por nuevos imaginarios.

Cueva de Jasna, lugar del desarme simbólico del PKK el 11 de julio de 2025.

Este acto cobra mayor relevancia a la luz de los acontecimientos recientes. Solo dos días antes, Abdullah Öcalan, el legendario líder del PKK, reapareció en un mensaje de vídeo —el primero desde 1999— en el que pedía el fin de la lucha armada e instaba a un cambio definitivo hacia la política democrática. Este momento invita no solo a la conmemoración, sino también a la interpretación: ¿cómo lleva a cabo un movimiento guerrillero, que en su día fue sinónimo de resistencia armada, una transformación política a través de actos simbólicos?

Para comprender la autodisolución del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), debemos tener en cuenta la amplitud de su base social, que abarca a decenas de millones de personas. Desde el encarcelamiento de Öcalan en 1999, el movimiento kurdo en Turquía ha crecido más allá de sus orígenes guerrilleros hasta convertirse en un complejo proyecto político arraigado en diversos grupos urbanos y rurales, seculares y religiosos, kurdos y no kurdos, aunque el proletariado sigue siendo fundamental. Ahora opera a través de una estructura híbrida que combina un brazo armado en Qandil con una amplia red civil que incluye sindicatos, municipios, partidos legales, organizaciones de mujeres, medios de comunicación y plataformas de solidaridad transnacionales. Su praxis política es a la vez territorial y transnacional, legal y clandestina, militarizada y profundamente social. Entre los cambios más transformadores se encuentra el auge del movimiento de liberación de las mujeres kurdas (KWLM), que ha reposicionado la emancipación de género como un núcleo tanto simbólico como estratégico. En todas las cartas de Öcalan, el proyecto Rojava y el papel cada vez más importante del KWLM se defienden sistemáticamente como los logros contemporáneos más significativos del PKK.

En un acontecimiento significativo para el panorama político kurdo, el PKK anunció su disolución tras su XII Congreso. Esta decisión se tomó tras una serie de diálogos iniciados en octubre de 2024, en los que participó Abdullah Öcalan (a través de su sobrino y la delegación del Partido de la Igualdad y la Democracia de los Pueblos) y que fueron impulsados por las declaraciones del líder del Partido del Movimiento Nacionalista (Milliyetçi Hareket Partisi, MHP), Devlet Bahçeli, un partido político ultranacionalista de extrema derecha de Turquía. Öcalan hizo hincapié en la necesidad de pasar de la lucha armada a la política democrática en la cuestión kurda, afirmando que tenía la capacidad de liderar este cambio si las condiciones lo permitían.

En respuesta, el PKK inició consultas internas y expresó su disposición a convocar un congreso bajo la dirección de Öcalan. El 27 de febrero de 2025, Öcalan emitió un llamamiento formal a la paz y a una sociedad democrática, instando al PKK a poner fin a sus actividades armadas y a asumir la responsabilidad de lograr una resolución pacífica. En respuesta, el PKK declaró un alto el fuego unilateral el 1 de marzo. A esto le siguió el XII Congreso de la organización, en el que los dirigentes del PKK y del Partido de las Mujeres Libres del Kurdistán (PAJK) adoptaron formalmente la decisión de disolver el PKK y poner fin a su campaña armada.1

La visión estratégica de Öcalan se desarrolló más ampliamente en el número de mayo de 2025 (n.º 521) de Serxwebûn, la publicación mensual oficial del PKK. Este último número incluía el documento completo de 20 páginas que Öcalan había presentado al Congreso, junto con una carta de cuatro puntos dirigida a los delegados, en la que se esbozaba el marco político para la transición a una fase pacífica y democrática del movimiento kurdo. Al anunciar el fin de sus 44 años ininterrumpidos de historia, la revista declaró: «Todo está listo para un nuevo y más sólido comienzo».

En su carta del 27 de abril, Abdullah Öcalan esboza una visión transformadora para la era posterior al PKK centrada en la nacionalidad democrática, la economía ecológica y comunal y la modernidad democrática como alternativa tanto al Estado-nación capitalista como al socialismo real. Propone la sociedad democrática como programa político de la nueva era, que no pretende capturar el Estado, sino crear estructuras autónomas y de base como las comunas. En este marco, conceptos como socialismo democrático, comunalismo y confederalismo regional cobran importancia tanto para la liberación kurda como para una transformación regional más amplia. Öcalan lo denomina una nueva forma de internacionalismo e insta a todos los actores a asumir la responsabilidad de materializarlo, sugiriendo que el éxito en Kurdistán podría tener un efecto dominó en Turquía, Siria, Irak e Irán. 2 Los textos de este número, que incluyen discursos, resoluciones y documentos del congreso, reflejan un intento de reconfigurar el horizonte estratégico del movimiento.

El reciente llamamiento de Öcalan a la disolución no carece de precedentes, ya que el PKK ha oscilado durante mucho tiempo entre la lucha armada y la negociación. Sin embargo, este momento señala un cambio ideológico más profundo: desde 2004, el movimiento se ha reestructurado en torno al «confederalismo democrático» a través de la Unión de Comunidades Democráticas del Kurdistán (KCK), un marco global que incluye al PKK, pero que brilla por su ausencia en el actual plan de disolución.

El significado de «disolución» sigue siendo muy ambiguo. ¿Significa el fin del PKK, un simple cambio de imagen o un cambio táctico dentro de un arco más largo de adaptación política? Más críticamente, ¿qué significa el desmantelamiento de una estructura que históricamente ha difuminado la resistencia armada y la movilización popular para las luchas anticolonialistas y contra el Estado en la región?

Incluso dentro del PKK, las interpretaciones varían. Zagros Hiwa, portavoz de Relaciones Exteriores del KCK, declaró en Sterk TV que las resoluciones piden el fin del conflicto armado —no el desarme— y cuestionó la viabilidad de esto, dada la proximidad de 100 metros entre los soldados turcos y los guerrilleros. Otros no están de acuerdo. Amir Karimi, de la rama del PKK en Irán-Kurdistán, afirmó: «Quienes más han luchado y soportado tienen el mayor derecho a hablar de paz». Por su parte, el presidente del Parlamento turco, Numan Kurtulmuş, enmarcó el proceso como parte de un esfuerzo nacional para resistir la fragmentación imperialista:

«Irak y Siria se han fragmentado, el Líbano se ha vuelto ingobernable. Libia, Sudán y Somalia se han dividido. Estos países se han convertido en campos de batalla alimentados por divisiones tribales, étnicas y religiosas, y algunos han sido desmantelados por organizaciones terroristas. Podríamos haber esperado pasivamente, como una «vaca amarilla», a que llegara nuestro turno de ser destrozados, o los turcos, los kurdos y todos los demás podríamos unirnos para derrotar esta agenda imperialista. Hemos elegido el segundo camino y estamos comprometidos a avanzar juntos».

Como era de esperar, este llamamiento ha generado división, incertidumbre y un amplio espectro de respuestas entre los activistas kurdos. Aquí desentrañaremos estas cuestiones analizando la evolución histórica del PKK en relación con los procesos de paz, y exploraremos las implicaciones más amplias de su disolución para los movimientos contemporáneos anticapitalistas, anticolonialistas y contra el Estado.

Comenzaremos con una breve descripción general de cómo surgió la violencia revolucionaria a través de la lucha armada en el movimiento kurdo, y cómo esta trayectoria se entrelazó con una serie de iniciativas de paz fallidas que a menudo reproducían nuevos ciclos de guerra. A continuación, pasaremos a la pregunta central: ¿por qué el PKK persiguió el desarme unilateral? Examinaremos su decisión en relación con los cambios en la dinámica política a nivel regional, nacional y mundial. Por último, reflexionaremos sobre lo que está en juego, las incertidumbres y los cálculos estratégicos que rodean esta medida, y concluiremos con una lectura de género que pone de relieve el papel del movimiento de liberación de las mujeres kurdas en la configuración tanto de los límites como de las posibilidades de este proceso.

Abdullah Öcalan anunciando la disolución del PKK en un mensaje de vídeo en julio de 2025.

El calvario kurdo de la violencia estatal y la apatridia

Como declaró el PKK el 12 de mayo de 2025:

El PKK nació como un movimiento de liberación contra la política de negación del pueblo kurdo consagrada en el Tratado de Lausana y la Constitución turca de 1924.

De ser una «nación» imperial reconocida, los kurdos pasaron a ser «minorías étnicas» en Estados que los reprimieron, asimilaron y borraron. A pesar de ser casi 40 millones —el 20 % de la población de Turquía—, los kurdos siguen siendo el pueblo apátrida más grande del mundo, excluido del reconocimiento político y cultural.

La represión estatal ha adoptado a menudo formas genocidas: la campaña Anfal de Irak (1987-1988) mató a 180 000 kurdos; las políticas de desnacionalización de Siria en la década de 1960 dejaron a decenas de miles de personas apátridas; Irán enmarca los ataques militares contra las regiones kurdas como «yihad»; y Turquía prohibió durante mucho tiempo las palabras «kurdo» y «Kurdistán», etiquetando a los kurdos como «turcos de las montañas». Solo la guerra entre el PKK y el ejército turco se ha cobrado más de 40 000 vidas, en un contexto más amplio de conflictos kurdos que han matado a más de 250 000 personas desde la década de 1960.

La República Turca se construyó sobre el genocidio de los armenios y la negación de la identidad kurda, lo que sirvió para imponer un proyecto nacionalista homogeneizador. El PKK surgió en la década de 1970 como respuesta directa a este régimen excluyente. Su oposición no fue solo militar, sino también cultural y política, como simboliza el juramento parlamentario de Leyla Zana en 1991 («Hago este juramento por la fraternidad de los pueblos turco y kurdo»), en kurdo, por el que cumplió diez años de prisión.

Hoy en día, el imperialismo turco combina el colonialismo interno con la expansión neoimperialista regional. Desde 2016, Ankara ha desplegado milicias islamistas proxy (como el «Ejército Nacional Sirio» (SNA)) en todo el norte de Siria (Afrin, al-Bab, Azaz, Jarablus, Idlib). Estas milicias permiten a Turquía externalizar la guerra mientras promueve una agenda neo-otomana de arabización forzada, islamización e ingeniería demográfica. Las promesas de salarios de hasta 2500 dólares atraen a jóvenes que sobreviven con apenas unas decenas de dólares, convirtiendo la guerra en un empleo precario.

Desde 2015, Turquía ha lanzado sucesivas operaciones —Escudo del Éufrates, Rama de Olivo, Primavera de Paz— ocupando zonas kurdas, desplazando a la población y permitiendo el saqueo, la violencia masiva y la reingeniería étnico-política. Los ataques aéreos en Irak contra Qandil y Sinjar se han intensificado, sin apenas respuesta internacional. Este modelo de guerra —privatizado, precario y transnacional— se ha extendido a Libia (2019-2020), Azerbaiyán (2020), Yemen, Níger y Pakistán. Redes paramilitares vinculadas a la inteligencia turca, como la Brigada Sultán Murad, operan desde pueblos kurdos como Sinara, cerca de Afrin.

El alcance de Turquía también es extraterritorial: en Europa, los activistas kurdos son vigilados, extraditados o asesinados. Los asesinatos de figuras feministas clave como Sakine Cansız (París), Hevrîn Xelef (Siria) y Nagihan Akarsel (Irak) reflejan una estrategia de género para decapitar el liderazgo revolucionario y sofocar la articulación feminista transnacional. El imperialismo turco fusiona la milicianización islamista, las economías de guerra transnacionales y las soberanías fragmentadas, produciendo una violencia desregulada en la que la lógica del mercado prevalece sobre los intereses del Estado.

Esta violencia extraterritorial no es una extensión aislada del poder estatal, sino un mecanismo central de una agenda geopolítica más amplia. Esta proyección agresiva de la fuerza no es meramente oportunista, sino que forma parte de un proyecto neootomano y neocolonial más amplio destinado a reafirmar la influencia turca en sus antiguos territorios imperiales. Un elemento central de esta visión es la integración de la geografía y los recursos del Kurdistán en la arquitectura emergente del comercio mundial, en particular a través del Corredor Medio, que se analiza más adelante.

Sin embargo, esta violencia ha generado una resistencia igualmente transnacional. El PKK ha politizado la cuestión kurda, transformando a una población apátrida en un sujeto político organizado. Liderado en gran parte por mujeres, su proyecto sigue siendo una de las pocas visiones revolucionarias contemporáneas centradas en la justicia social, el pluralismo y las críticas radicales al poder. Frente a los izquierdismos estatistas, campistas o nacionalistas, predominantemente moldeados por paradigmas verticales, militaristas y masculinistas, el movimiento kurdo —especialmente su dimensión feminista— desplaza lo político de los paradigmas centrados en el Estado a formas encarnadas, localizadas y solidarias. Su lema, Jin, Jiyan, Azadî («Mujer, Vida, Libertad»), forjado en décadas de lucha subalterna, se convirtió en un grito global durante el levantamiento iraní de 2022.

Pero esta resistencia fue posible gracias a la lucha armada. Y eso plantea la pregunta clave: ¿qué será del horizonte revolucionario kurdo con la anunciada disolución del PKK?

La paz como máscara de la guerra: la traición recurrente al movimiento kurdo

El repetido colapso de los procesos de paz en Kurdistán no revela una falta de compromiso por parte del pueblo kurdo, sino la negativa arraigada de los Estados de la región a reconocer los derechos kurdos. En Irán, las conversaciones de Viena de 1989 terminaron con el asesinato del líder kurdo Abdul Rahman Ghassemlou y sus colegas, un acto que se repitió con el asesinato de su sucesor, Sadegh Sharafkandi, en Berlín en 1992. En Irak, el incumplimiento por parte de Bagdad del Acuerdo de Autonomía de 1970 condujo a la campaña genocida Anfal.

Turquía ha seguido una trayectoria similar. Mientras que el movimiento kurdo ha buscado constantemente el diálogo, la política del Estado turco oscila entre gestos de paz efímeros y una represión sistemática. La iniciativa del presidente Özal a principios de la década de 1990 murió con él, y la década siguiente fue testigo de una violencia estatal masiva, que incluyó torturas, desplazamientos forzados y borrado cultural. La captura de Abdullah Öcalan en 1999 marcó un cambio: él pidió un alto el fuego y la disolución del PKK. Sin embargo, la respuesta punitiva del Estado no hizo más que profundizar la desconfianza kurda.

A pesar de la represión, el movimiento kurdo se transformó. En 2004 surgió el confederalismo democrático, que rechazaba el nacionalismo en favor del pluralismo de base. La resistencia armada continuó junto con las estrategias político-legales, que culminaron en los avances electorales del Partido Democrático Popular (Halkların Demokratik Partisi, HDP). Pero los esfuerzos de paz, incluidas las conversaciones de Oslo (2008-2011)3 y el Proceso de İmralı (2013-2015), fueron saboteados por el Estado. En primer lugar, la filtración de las negociaciones provocó una reacción nacionalista en 2009; más tarde, en 2015, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan abandonó el Memorándum de Dolmabahçe en respuesta a los avances kurdos en Siria, en particular la victoria de las YPG y las YPJ (Unidades de Defensa Popular y Unidades de Protección de las Mujeres) en Kobanê. El colapso del proceso de paz desencadenó una brutal represión que desplazó a más de 350.000 personas y provocó la muerte de alrededor de 1.700, al tiempo que situó a Turquía entre los principales encarceladores de periodistas del mundo. En agosto de 2016, Erdoğan negaba que se hubiera producido ninguna negociación. Desde esta perspectiva, los gestos del Gobierno turco hacia las negociaciones de paz han señalado a menudo su preferencia por las operaciones militares, ya sea mediante la guerra o el golpe de Estado.

Para muchas personas en Kurdistán, la lucha armada se ha convertido en una necesidad existencial contra lo que consideran una dominación colonial, precisamente como resultado de este conflicto asimétrico, que algunos describen como una «guerra contra la paz». Inspirado por Frantz Fanon, el PKK enmarca la violencia como una autodefensa estratégica. Si bien las críticas internas cuestionan la guerra urbana y la militancia prolongada, persiste un amplio apoyo kurdo, arraigado en el trauma histórico y el fracaso de las vías políticas. El persistente encuadre por parte del Estado de la identidad kurda como una amenaza refuerza este punto muerto.

Para 2025, cualquier horizonte de este tipo parecía más difícil de alcanzar que nunca. Pero «todo lo sólido se desvanece en el aire». Como destacaron el académico kurdo Adnan Çelik y otras voces dentro del movimiento, el mensaje de Öcalan durante el XII Congreso del PKK, aunque inesperado, supuso una ruptura: en contraste con su llamamiento de 2015 a una «apertura democrática», la declaración de 2025 despojó de riqueza ideológica a los llamamientos anteriores, omitiendo las críticas al Estado-nación, al capitalismo neoliberal, al colonialismo interno y al patriarcado. Si bien la declaración inicial presenta al PKK como una reliquia de la Guerra Fría desprovista de legitimidad estratégica o ideológica (pidiendo su desarme sin concesiones políticas ni reconocimiento de las reivindicaciones históricas kurdas), esta postura se revisa parcialmente en la carta del 27 de abril, que dedica una atención significativa a la historia de la represión kurda por parte de los Estados regionales y al legado de resistencia del PKK.

Ampliamente percibido como una capitulación unilateral, el cambio de Öcalan provocó conmoción dentro del movimiento, y muchos lo interpretaron como una forma de humillación implícita y de borrado de los sacrificios pasados, según Çelik. Sin embargo, en lugar de provocar el colapso, impulsó tanto respuestas organizativas inmediatas (como una propuesta de congreso de disolución) como un intenso esfuerzo interpretativo para preservar legados críticos. Este momento marca una importante reconfiguración estratégica, que desplaza el foco de atención de la búsqueda de un proyecto sociopolítico a la gestión del legado militante, la memoria y la resiliencia política en medio de un panorama geopolítico transformado.

Hoy en día, la cuestión kurda sigue sin resolverse estructuralmente. La reconciliación es imposible mientras el Estado turco oscile entre ofertas de paz vacías y una represión brutal. Mientras el Estado se aferra a los paradigmas nacionalistas, el movimiento kurdo sigue adaptándose, entre la insurgencia y la imaginación, la memoria y la resiliencia.

Esta tensión entre la negación del Estado y la resistencia kurda quedó patente en el histórico discurso de Erdoğan tras el desarme, el 12 de julio, en el que reconoció oficialmente que el Estado turco cometió asesinatos en masa de kurdos, les despojó de sus derechos e inició esta violencia en lugares como la prisión de Diyarbakır. Admitió haber quemado pueblos, criminalizado a personas no identificadas, prohibido el idioma kurdo y negado a las madres el derecho a hablar kurdo con sus hijos. Pronunciado tras el desarme simbólico del PKK, el discurso, que insistía en la unidad de turcos, kurdos y árabes, marca un cambio de la insurgencia a la reconciliación, y sirve como un espectáculo orquestado por el Estado en el que este reafirma su poder soberano controlando la narrativa tanto de la violencia pasada como del orden futuro, posicionándose como único árbitro de la memoria, la verdad y la legitimidad histórica. Enmarcado como un acto de cierre, este momento consolida, en cambio, la autoridad del Estado. La disolución de la lucha armada kurda no se traduce en una transformación política genuina, sino en una contención simbólica. Lo que parece paz es, en realidad, un cambio de imagen de la dominación, que prepara el terreno para nuevas formas de control bajo el pretexto de la reconciliación.

Mujeres participando en el desarme simbólico del PKK el 11 de julio de 2025.

¿Por qué la disolución?

En una carta fechada el 25 de abril de 2025, Abdullah Öcalan articuló los motivos que justificaban la propuesta de disolución del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), enmarcándola no como una derrota, sino como un cambio de paradigma deliberado. Destacó que este proceso, lejos de ser un desarme inmediato exigido por el Estado turco, requiere una profunda crítica ideológica, una autorreflexión y un debate prolongado para remodelar tanto la personalidad como la mentalidad. El PKK, fundado para elevar la conciencia nacional kurda y denunciar la opresión sistémica, se enfrenta ahora a una fase en la que el siguiente paso hacia la libertad debe basarse en instituciones democráticas, la renovación cultural y el comunalismo4, transformaciones que el PKK, como organización armada jerárquica, ya no puede encarnar. Es en esta trayectoria donde debe entenderse la disolución: como la culminación de una ruptura teórica con el modelo de Estado-nación del siglo XX y su militarismo, definido por una violencia sistémica que ahora «ha perdido su justificación (razón de ser)». La visión de Öcalan del confederalismo democrático, basada en la autonomía local, la igualdad de género y la economía ecológica, supone una ruptura decisiva con los modelos estatistas y militarizados del pasado y un avance hacia un proyecto social posestatal.

Sin embargo, esta evolución ideológica no es repentina ni está exenta de controversia. Desde la década de 1990, el PKK ha experimentado una importante transformación interna, enfrentándose al colapso del socialismo y a las tendencias autoritarias inherentes a los paradigmas estatistas. La supervivencia del movimiento ha dependido de su capacidad de adaptación y de su compromiso crítico, lo que ha culminado en la decisión del XII Congreso de aceptar la disolución como una reorientación radical y no como una capitulación. La carta destaca que el fracaso durante dos décadas a la hora de integrar plenamente los principios democráticos, ecológicos y feministas en las estructuras organizativas ha precipitado este momento de cambio decisivo.

Estratégicamente, la presencia política kurda ha ganado protagonismo en toda Turquía y en Oriente Medio en general, especialmente a través de iniciativas de liberación de la mujer y avances políticos en las cuatro regiones kurdas. Este progreso desafía la anterior caracterización de Turquía del PKK como una mera entidad terrorista. La reciente declaración del asesor presidencial Mehmet Uçum de que «los y las kurdas son un componente esencial de la nación turca» señala un reajuste ideológico a nivel estatal.

En esta situación, la disolución del PKK puede considerarse una medida táctica para eliminar los obstáculos al reconocimiento internacional, especialmente de las estructuras kurdas en Rojava, donde la etiqueta de «terrorista» ha servido para justificar las incursiones militares turcas. El desarme tiene como objetivo proteger a Rojava como proyecto político autónomo, garantizando su supervivencia y legitimidad en los escenarios regional e internacional. Los informes sugieren que pronto podría celebrarse una reunión entre Abdullah Öcalan y Masoud Barzani (líder histórico del Partido Democrático del Kurdistán en el Kurdistán iraquí), un acontecimiento que, sobre todo, refuerza la hipótesis de una alianza regional kurda emergente destinada a reforzar la estabilidad de Rojava en el contexto geopolítico actual.

A pesar de los logros diplomáticos derivados del papel que desempeñaron las fuerzas kurdas en la lucha contra el ISIS, el apoyo internacional ha seguido siendo inconsistente. El llamamiento de Öcalan a la disolución voluntaria podría ser una estrategia preventiva para evitar la derrota total en medio de un creciente aislamiento militar. Desde el colapso del proceso de paz de 2015, la intensificación de la presión militar turca (operaciones transfronterizas, guerra con drones y vigilancia) ha confinado las operaciones del PKK principalmente a Qandil, erosionando su capacidad dentro de Turquía. Incluso el XII Congreso del PKK, celebrado recientemente, tuvo lugar doce años después del XI Congreso, debido principalmente a la falta de seguridad y a la presión militar de Turquía. El PKK abordó esta cuestión en una carta publicada el 4 de mayo, dirigida al pueblo y a los activistas del movimiento:

Una mirada retrospectiva a las últimas dos décadas revela lo siguiente: aunque el nuevo paradigma tenía por objeto facilitar una integración más profunda con la sociedad, en la práctica fueron los miembros del cuadro quienes experimentaron una mayor desconexión con ella, incluso cuando el movimiento en su conjunto avanzaba hacia la despenalización. Si bien el objetivo era cultivar estructuras organizativas más sólidas y promover modos de vida comunitarios y socialistas, lo que realmente surgió fue un aumento del individualismo y el materialismo. Es evidente que en nuestro compromiso con las masas, no logramos proporcionar una educación adecuada ni fomentar la organización de una sociedad verdaderamente democrática. En el ámbito militar, no fuimos capaces de desarrollar ni implementar un entrenamiento y una organización eficaces para la autodefensa social. Nos mantuvimos, en las montañas, al nivel de unidades guerrilleras separadas de la sociedad y completamente rodeadas. Esta situación no solo provocó un aumento de las bajas, sino que también debilitó el impacto político y propagandístico de nuestra lucha armada. Poco a poco, nuestra capacidad para llevar a cabo una guerra eficaz quedó confinada a una zona geográfica muy limitada.

Los avances tecnológicos, en particular la guerra algorítmica y la vigilancia en tiempo real, han profundizado este aislamiento, ya que los Estados de la OTAN dan prioridad a las relaciones con Ankara. Mientras tanto, la autonomía kurda en Siria se ve amenazada por la centralización de ese régimen, y la influencia turca crece en el norte de Irak con la aprobación tácita de la población local. Estas condiciones han llevado al centro político del PKK a pasar de la lucha armada a la búsqueda de la legitimidad civil e institucional en toda la región kurda. La disolución representa un desarme simbólico y una reubicación estratégica, trasladando la lucha kurda a los ámbitos político y transnacional, donde el poder popular se redefine fuera del paradigma de la confrontación militar.

El descenso en el reclutamiento del PKK y el fracaso a la hora de traducir las alianzas contra el ISIS en un apoyo internacional duradero subrayan la necesidad de este reajuste estratégico. Los partidarios de Öcalan entienden su propuesta no como una rendición, sino como una adaptación lúcida a las nuevas realidades geopolíticas y militares, incluida la perspectiva de un alto el fuego temporal en Qandil y Rojava.

Según muchos analistas kurdos, la postura de Öcalan refleja su persistente oposición a Israel y su reticencia a que el movimiento kurdo se vea obligado, por necesidad estratégica, a una alianza táctica o pragmática con este país. Esto, argumentan, es lo que le impulsa a buscar soluciones políticas preventivas destinadas a evitar tales alineamientos. Otros defensores del movimiento kurdo sostienen que la decisión de Öcalan y el PKK fue un intento estratégico de evitar que Kurdistán se convirtiera en la próxima Gaza de Oriente Medio. Argumentan que las limitaciones militares del PKK frente a un aparato bélico interestatal e internacional altamente tecnificado, junto con la persistente campaña de Turquía para aniquilar Kurdistán y Rojava, hicieron necesaria una recalibración política. Este cambio, sugieren, también se debe al declive del poder material y simbólico de la solidaridad global con la causa kurda, que sigue siendo significativamente más débil que el amplio apoyo movilizado para Palestina. Desde esta perspectiva, si Turquía llevara a cabo un escenario similar al de Gaza contra el pueblo kurdo, habría poca capacidad o voluntad internacional para intervenir. Con la disminución de los medios materiales de resistencia y la ausencia de una movilización regional o internacional comparable, los actores kurdos deben adoptar estrategias alternativas para sobrevivir. Por lo tanto, esta decisión no se considera una retirada, sino una táctica calculada y pragmática para resistir en un contexto geopolítico cada vez más inviable.

Este giro estratégico no puede entenderse sin reconocer el profundo coste humano del conflicto. Las guerrillas kurdas, los cuadros del PKK y, sobre todo, la población civil están agotados; los costes acumulados de la guerra se han vuelto insoportables. Se han perdido miles de vidas jóvenes, se han destruido ciudades enteras, se han fracturado familias, se han marcado cuerpos con cicatrices y generaciones han sido moldeadas por la prisión, el exilio, la precariedad y el estigma. Esta acumulación de sufrimiento durante más de cuarenta años confiere a la palabra «paz» una nueva resonancia: no como capitulación, sino como una necesidad vital, un respiro largamente esperado tras décadas de asfixia.

Desde la perspectiva del Estado turco, la disolución se alinea con una estrategia política orquestada por Recep Tayyip Erdoğan, que pretende extender su poder más allá del límite constitucional de 2028. Al presentarse como el artífice de un nuevo proceso de paz, Erdoğan espera ganarse a parte del electorado kurdo y fracturar a la oposición. Enmarcado como una reconciliación, el llamamiento a poner fin a la lucha armada es, en realidad, una maniobra para romper las alianzas emergentes entre las fuerzas kurdas y las corrientes progresistas de la oposición. En 2019, el apoyo táctico de los votantes kurdos (en particular a través del HDP (ahora Partido de la Igualdad de los Pueblos, DEM)) fue crucial para la victoria de la oposición en grandes ciudades como Estambul y Ankara. Esta estrategia busca aislar a las facciones nacionalistas seculares dentro del Partido Republicano del Pueblo (Cumhuriyet Halk Partisi, CHP) de aquellas abiertas al diálogo con el movimiento kurdo, al tiempo que mantiene un discurso de seguridad para uso interno. Esta ingeniería electoral se basa en un doble cálculo: debilitar la movilización conjunta de la oposición y disuadir a las fuerzas kurdas de criticar demasiado abiertamente al régimen por temor a poner en peligro una posible paz.

En esta compleja configuración, el movimiento kurdo se encuentra en una posición que recuerda a las protestas del parque Gezi de 2013. Al igual que entonces, cualquier apertura al diálogo con el Estado implica, paradójicamente, reconocer su legitimidad, aunque siga siendo el principal objeto de controversia. Esta tensión obliga al movimiento kurdo a adoptar una postura equilibrada: participar en los esfuerzos de paz sin disolverse en la política institucional turca ni alienar a los movimientos sociales más amplios. El resultado es una forma de aislamiento estratégico, pero también puede ser una oportunidad para construir un espacio político autónomo en el que la cuestión kurda pueda articularse sin armas, pero sin renunciar.

Mientras tanto, Erdoğan sigue explotando la retórica de la securitización, criminalizando a las figuras políticas kurdas y perpetuando el eufemismo de «enemigo interno» para consolidar su base conservadora. El contraste entre la represión en curso y el lenguaje conciliador de la paz subraya la naturaleza cínica de la iniciativa: no se trata de un compromiso genuino con la resolución, sino de una maniobra táctica disfrazada de diálogo.

Tanto Erdoğan como el Estado turco en su conjunto buscan facilitar la integración del Kurdistán y sus recursos en los mercados capitalistas contemporáneos a través de su desarme. En un discurso en el que esbozó el nuevo proceso para 2025, Erdoğan articuló abiertamente los objetivos capitalistas que impulsan esta iniciativa:

Una Turquía libre de terrorismo elevará la economía turca por encima de todo lo demás. Una vez que logremos este objetivo, la Unión Turca de Cámaras y Bolsas de Mercancías (TOBB) será la principal beneficiaria. A partir de ese momento, Turquía competirá en una nueva liga.

Del mismo modo, el ministro de Finanzas turco, Mehmet Şimşek, declaró que Turquía ha gastado casi 1,8 billones de dólares en las últimas cinco décadas en la «lucha contra el terrorismo», y que poner fin al conflicto podría reportar importantes beneficios económicos al país.

Sin embargo, estas imperativas económicas no se limitan a consideraciones internas. Están integradas en las ambiciones geopolíticas más amplias de Turquía. El llamado proceso de paz de 2025 entre Turquía y el PKK no es tanto un paso genuino hacia la reconciliación como una maniobra geopolítica destinada a neutralizar el poder militar, político y económico kurdo como condición previa para la integración de Turquía en el capitalismo infraestructural neoliberal. Un elemento central de esta estrategia es la realización del «Corredor Central», una ruta comercial transeuroasiática que conecta China con Europa a través de Asia Central, el Cáucaso y Turquía. Este corredor posiciona a Turquía como un centro logístico en la circulación capitalista mundial. Es crucial tanto para la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (BRI, un proyecto multimillonario que conecta China con Europa, África y Oriente Medio a través de rutas terrestres y marítimas) como para el Corredor India-Oriente Medio-Europa (IMEC, un proyecto de infraestructura competidor destinado a asegurar el dominio geopolítico y comercial occidental) respaldado por Estados Unidos.

El «Corredor Central».

Más recientemente, esta visión se ha visto reforzada por la iniciativa «Development Road» (Carretera del Desarrollo), un proyecto de 17.000 millones de dólares liderado por Irak, Turquía y los Estados del Golfo, que conecta el Golfo Pérsico (a través del puerto iraquí de Grand Faw) con Europa a través del territorio turco. La ruta propuesta atraviesa directamente el sureste de Turquía, de mayoría kurda, lo que amplía aún más los intereses geopolíticos de la contención kurda. Tras los acontecimientos del 7 de octubre y el genocidio israelí en Palestina que aún continúa, las alianzas geopolíticas regionales se han desestabilizado aún más, lo que ha dado lugar a una nueva ola de políticas estratégicas de corredores en las que la centralidad logística y diplomática de Turquía no ha hecho más que intensificarse. En medio del colapso de los equilibrios de poder tradicionales en el Levante y el Golfo, el control de Turquía sobre estas rutas infraestructurales (en particular las que eluden la influencia iraní y siria) se ha vuelto aún más indispensable tanto para los bloques occidentales como para los no occidentales.

Pero para que Turquía consolide el control sobre estas rutas, debe eliminar a todos los actores subalternos o no estatales, especialmente a las fuerzas kurdas. Por lo tanto, el desarme del PKK no debe interpretarse como una desmilitarización, sino como el fin de la lucha armada kurda bajo un nuevo régimen de securitización de las infraestructuras. Con la neutralización del «corredor chií» de Irán (eje Teherán-Damasco-Beirut), el derrocamiento de Assad y la ruptura del eje del PKK y las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) bajo la presión de Estados Unidos e Israel, los actores kurdos han sido eliminados estructuralmente de las negociaciones de poder regionales. Con el apoyo tácito de la OTAN, Turquía ha llevado a cabo campañas militares y una reingeniería demográfica para consolidar el control sobre las regiones kurdas. En este contexto, la «paz» se convierte en un eufemismo de la pacificación capitalista, en la que la reconciliación política es sustituida por la contención espacial y militar para permitir flujos ininterrumpidos de capital, bienes e influencia geopolítica a través de los corredores imperiales de extracción y control.

El respaldo de Erdogan al llamamiento del PKK al desarme debe considerarse en el contexto más amplio de los cambios geopolíticos en Oriente Medio y la evolución del equilibrio de poder en la región. También refleja el uso estratégico que hace Turquía de la dinámica kurda para contrarrestar a rivales como Israel e Irán. Una compleja interacción de cálculos políticos nacionales y regionales ha empujado a Turquía a adoptar esta táctica. Esto se articula claramente en una carta del Comité Central del PKK fechada el 4 de mayo:

La escalada de la Tercera Guerra Mundial en Oriente Medio, los resultados del conflicto de Gaza que comenzó el 7 de octubre de 2023, los importantes ataques de Hamás y Hezbolá contra las agresiones israelíes y el colapso del régimen baazista en Siria (que ha extendido la transformación regional a Irán y Turquía) han desempeñado un papel fundamental para llevarnos a esta situación. El miedo y la ansiedad existencial generados dentro del Estado turco y el gobierno del AKP-MHP, combinados con las presiones para un cambio democrático impuestas internamente por nuestro movimiento y el pueblo turco, y externamente por el sistema capitalista transnacional, constituyen los principales factores que motivan a la administración de (Devlet) Bahçeli y su conocida retórica y llamamientos a la acción. En consecuencia, hemos llegado a la etapa actual como resultado de los acontecimientos políticos y militares mencionados anteriormente.

La paradoja es profunda: un movimiento que posee una considerable fuerza territorial y organizativa se ve obligado a reinventarse precisamente porque ese poder lo hace susceptible de ser aniquilado algorítmicamente. En última instancia, la propuesta de Öcalan invita a replantearse fundamentalmente la lucha revolucionaria en una era definida por los drones, los metadatos y la vigilancia total. Desafía al movimiento kurdo a imaginar una forma de resistencia que trascienda la confrontación armada, encontrando el poder en el silencio en lugar de en los disparos.

Armas quemadas durante una ceremonia que representa el desarme simbólico del PKK el 11 de julio de 2025.

De la guerra de guerrillas a la transición política: tensiones, esperanzas, horizontes

El anuncio en febrero de 2025 de la posible retirada armada del PKK plantea profundas preguntas sobre las condiciones en las que una prolongada lucha guerrillera podría dar paso a un proceso político, especialmente en un contexto marcado por un autoritarismo arraigado, la represión y los bloqueos ideológicos. Aunque algunos interpretan esta medida como un signo de reconfiguración estratégica e ideológica, sigue siendo profundamente ambigua. El Gobierno turco, que enmarca el momento no como un «proceso de paz», sino como un «limpieza de proceso terrorista» («Terörden arındırma süreci»), muestra una postura punitiva que se aleja del lenguaje conciliador de 2015, lo que pone en duda la posibilidad de una resolución justa y completa.

Esto plantea varias preguntas urgentes. ¿Puede definirse la democratización en Turquía como meros gestos simbólicos (como la liberación condicional de Abdullah Öcalan y su comparecencia en el Parlamento para pedir a los kurdos que se retiren de Qandil y adopten una vía política pacífica) o concesiones culturales limitadas, o debe implicar reformas constitucionales de gran alcance, la liberación masiva de presos políticos y el reconocimiento formal de los derechos colectivos kurdos, incluida la autonomía regional y el derecho a la educación en lengua kurda? ¿Sería suficiente el restablecimiento de los mandatos municipales anulados, el regreso de personas exiliadas o una amnistía general para convencer al PKK de que ha surgido una vía política viable? Muchas personas temen que Erdoğan pueda incumplir sus compromisos una vez que haya conseguido la influencia política que busca, repitiendo la traición del proceso de 2015 y arriesgándose a volver al conflicto con el movimiento kurdo en una posición de fragmentación y legitimidad debilitada.

A diferencia de otros procesos de paz (como los que involucran al Ejército Republicano Irlandés en Irlanda del Norte, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Colombia o Euskadi ta Askatasuna (ETA) en el estado español), el Estado turco se ha negado a participar en la verdad y la reconciliación, la reestructuración constitucional o el reconocimiento político genuino. En Colombia, por ejemplo, el desarme fue acompañado de iniciativas de justicia restaurativa, a menudo lideradas por mujeres y sobrevivientes de la violencia estatal. El movimiento de mujeres kurdas tiene un potencial similar, pero el caso kurdo sigue siendo excepcional por su criminalización sistemática y su negación de la existencia de un problema político. Al mismo tiempo, lo que distingue el caso del PKK de muchos otros ejemplos es que cuenta con el apoyo de un movimiento civil y político de masas poderoso e influyente. La lucha no se ha limitado al ámbito militar, sino que también se ha arraigado profundamente en los ámbitos civil y político.

La decisión del PKK de participar en el desarme pone de manifiesto contradicciones internas. A pesar de estar encarcelado desde 1999, Öcalan sigue siendo la autoridad indiscutible del movimiento, centralizando la toma de decisiones en una estructura vertical que suprime el pluralismo interno. Su reciente declaración «Puedo decir que los opositores al proceso no tienen ningún valor. Fracasarán» resume un modelo en el que la autoridad carismática eclipsa la deliberación colectiva, generando una crisis de legitimidad en la que se espera que los combatientes y activistas sigan directrices impuestas desde arriba sin mecanismos de toma de decisiones participativa. Esta centralización reproduce una base militante despolitizada y sofoca la democratización interna necesaria para una transformación genuina.

En este panorama en evolución, algunos analistas destacan dos acontecimientos que podrían marcar los primeros pasos hacia el desarme y la transición a un orden democrático. En primer lugar, en un gesto simbólico, un grupo de guerrilleros, algunos de los cuales ocupaban anteriormente puestos de liderazgo, depusieron públicamente las armas en presencia de los medios de comunicación, acompañados de una declaración en la que afirmaban:

Estamos dispuestos a participar en la política democrática.

En segundo lugar, se prevé que el Parlamento turco establezca un organismo denominado provisionalmente «Comisión para la Paz Social y la Transición Democrática», encargado de formular un marco jurídico e institucional para apoyar el desarme y reformas democráticas más amplias.

Aunque estas iniciativas pueden desarrollarse inicialmente a una escala limitada y simbólica, sus defensores las consideran indicadores de la voluntad mutua de avanzar en el proceso de paz. No obstante, experiencias pasadas, como el envío de tres grupos de guerrilleros al Estado turco entre 2000 y 2007, ponen de relieve la persistente vulnerabilidad de tales esfuerzos ante las políticas represivas del Estado y la duradera desconfianza estructural que sigue obstaculizando una resolución duradera. Ni los guerrilleros y guerrilleras, ni los y las dirigentes del PKK parecen ser ingenuas respecto a los riesgos que ello conlleva. Parecen abordar el proceso con cautela estratégica y previsión política, conservando deliberadamente la opción de volver a la lucha armada si fuera necesario. Como declaró Bese Hozat,5 copresidente del Consejo Ejecutivo del KCK, en una entrevista tras el desarme simbólico de 30 guerrilleros en el Kurdistán iraquí en julio:

Si cumpliéramos incondicionalmente todas las exigencias del Estado, el resultado sería el siguiente: se esperaría que otros grupos hicieran lo mismo: destruir sus armas, regresar a Turquía y rendirse. Si ese enfoque se convirtiera en la norma, el destino que nos esperaría a nosotros y a nuestros compañeros y compañeras sería el encarcelamiento o la muerte. Pero ese futuro no es el que aceptamos. El Estado turco debe comprenderlo.

Aun así, algunas personas pertenecientes al movimiento ven esto como una oportunidad para trascender su legado leninista militarista y jerárquico. Un cambio hacia una mayor participación civil y una renovación interna podría reposicionar al PKK dentro de un marco democrático más amplio. La aparición del Partido DEM como actor significativo sugiere la posibilidad de transformar una formación nacionalista kurda en una fuerza pluralista capaz de unir a los distintos sectores democráticos de Turquía. Sin embargo, el riesgo de abandono (tanto por parte del Estado turco como de los apoyos internacionales) es muy grande, lo que hace que la promesa de renovación dependa de reformas estructurales, y no de concesiones retóricas.

Es fundamental contar con un marco de justicia transicional. Sin reconocer las atrocidades cometidas en el pasado (en particular durante la década de 1990 y el brutal período 2015-2016) cualquier alto el fuego seguirá siendo frágil. La verdad, la reparación y la descolonización de los discursos nacionales son requisitos previos para una paz significativa. De lo contrario, la memoria colectiva kurda seguirá soportando traumas sin sanar que podrían reavivar el conflicto.

El contexto regional hace que el desarme sea precario. Siria sigue siendo inestable y el frágil alto el fuego entre las fuerzas kurdas y Hayat Tahrir al-Sham (HTS), tras la reciente Conferencia de Unidad Kurda, parece cada vez más incierto. Las continuas campañas militares de Turquía contra las posiciones kurdas en Irak y Siria, que incluyen más de 500 ataques aéreos contra zonas controladas por el PKK en el Kurdistán iraquí solo en mayo de 2025, socavan la viabilidad de una transición hacia la paz. Al mismo tiempo, las supuestas ofertas secretas de Ankara, como el reconocimiento de la autonomía kurda en Siria a cambio de la disolución del PKK, siguen siendo vagas y poco fiables. Una ofensiva a gran escala contra Rojava amenazaría con derrumbar la arquitectura civil y militar del proyecto kurdo.

Dentro de esta configuración transnacional, el PKK no es una fuerza guerrillera aislada, sino parte de una red más amplia establecida desde 2002 a través de la Unión de Comunidades del Kurdistán (KCK), que incluye al PYD en Siria (2003), al PJAK en Irán (2004) y al PÇDK en Irak (2002). Estas organizaciones hermanas, aunque nominalmente autónomas, están ideológicamente alineadas con la visión de Öcalan del confederalismo democrático y están profundamente arraigadas en sus respectivas sociedades, en particular a través de iniciativas lideradas por mujeres. La ambigüedad del llamamiento al desarme de Öcalan (si se dirige únicamente al ala turca del PKK o se extiende a estas entidades aliadas) aumenta la incertidumbre. Algunas analistas sugieren que los cuadros podrían ser reasignados a otros frentes, como el PJAK o Rojava, en lugar de ser desmovilizados por completo, lo que plantea la posibilidad de una disolución táctica en lugar de estratégica. Entonces, el destino de las fuerzas guerrilleras en las montañas de Qandil sigue siendo incierto, ya que las señales de Ankara son ambiguas y a menudo contradictorias, lo que difumina la línea entre el rumor y la realidad. Por ejemplo, Şamil Tayyar, miembro del AKP, afirmó que cerca de 300 altos cargos del PKK serían reubicados en terceros países como Sudáfrica y Noruega, mientras que aproximadamente 4.000 combatientes serían recibidos gradualmente en la frontera. Sin embargo, más allá de estas declaraciones extraoficiales, ¿qué medidas concretas (más allá de los gestos retóricos) tomará realmente el Estado turco?

A nivel interno, la supresión de Erdoğan contra el CHP (que históricamente ha sido un partido nacionalista secular cómplice de las políticas antikurdas) revela las paradojas dentro de la oposición turca. Para muchos kurdos, el CHP sigue siendo parte del problema en lugar de una alternativa, lo que complica la formación de una coalición democrática inclusiva. Mientras tanto, las tensiones internas dentro del movimiento kurdo, combinadas con la consolidación autocrática de Erdoğan, siguen fragmentando el campo político, lo que hace incierta una realineación política pluralista.

A pesar de estos retos, el movimiento kurdo demuestra una notable resiliencia y adaptabilidad estratégica. Sigue articulando una visión política que se resiste a la militarización al tiempo que afirma el derecho a la autodefensa, alineándose con las luchas descoloniales globales. En Rojava, por ejemplo, la Administración Autónoma mantiene una formidable infraestructura de seguridad, que incluye las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), las YPG-YPJ y las fuerzas Asayish, con un número estimado de más de 80 000 miembros. En Rojhilat (Kurdistán bajo dominio iraní), el PJAK sigue organizando la oposición al régimen iraní. Estas formaciones reflejan un movimiento transfronterizo profundamente arraigado que no puede reducirse a un mero fenómeno guerrillero.

Esta infraestructura material sugiere que, incluso si el proceso actual se derrumba, el PKK y sus aliados podrían pasar a una nueva fase de resistencia, quizás más fragmentada y prolongada. Décadas de guerra asimétrica, consolidación ideológica e integración social han dotado al movimiento de una capacidad de supervivencia sin parangón entre muchos actores revolucionarios. Su legitimidad no solo proviene de su capacidad militar, sino también del cultivo de la conciencia política, la liberación de género y la autonomía de base.

En el fondo de esta esperanza se esconde una cuestión ética más profunda. ¿No es profundamente injusto (quizás incluso cínico) proyectar nuestras visiones de democracia radical, anticapitalismo, internacionalismo feminista y antifascismo no estatal sobre un pueblo que ya soporta la marginación, la represión, la pobreza estructural y la criminalización implacable? ¿Podemos, de buena fe, pedirle a un pueblo geopolíticamente vulnerable y asediado que cargue, solo, con el peso de nuestras utopías revolucionarias? ¿Cómo puede una fuerza revolucionaria marginal —aislada política y militarmente, desprovista de respaldo estatal o internacional— sobrevivir no solo como organización, sino como portadora de una visión política y una práctica emancipadora? ¿Cómo puede preservar sus ideales en un entorno dominado por Estados poderosos y actores imperiales dispuestos a aniquilarla mediante masacres, limpieza étnica y violencia sexual sistémica? Esta coyuntura crítica nos obliga a reconsiderar los propios términos de nuestra solidaridad. ¿Cómo podemos mantener una postura política radical en un orden global cada vez más dominado por la militarización y el autoritarismo, sin caer en la abstracción romántica o la resignación política?

Lo que está en juego no es solo el destino de un grupo armado, sino la viabilidad de un proyecto político que ha redefinido los parámetros de la lucha en Oriente Medio. Mientras el espectro de una nueva guerra se cierne entre promesas incumplidas y escalada militar, el movimiento kurdo sigue planteando una pregunta universal: ¿cómo puede una fuerza revolucionaria, despojada de su condición de Estado y enfrentada a una represión abrumadora, preservar su praxis emancipadora sin sucumbir a la desaparición o a la claudicación?

Repensar la disolución desde una perspectiva de género

Durante mucho tiempo eclipsado por el PKK, el movimiento de mujeres kurdas ha emergido desde la década de 1990 como un poderoso actor ideológico y organizativo, lo que muchas personas describen como una «revolución dentro de la revolución». Inicialmente marginadas dentro de una estructura militarizada y dominada por los hombres, las militantes kurdas convirtieron esta exclusión en una oportunidad estratégica al formar una alianza dialéctica y recíproca con el líder del PKK, Abdullah Öcalan. Esta relación, lejos de la sumisión patriarcal, permitió a ambas partes convertirse en recursos políticos mutuos: Öcalan instrumentalizó el movimiento de mujeres para expandir y reformar el PKK, mientras que las mujeres utilizaron su autoridad simbólica para centrar la liberación de género en la lucha kurda.

El reconocimiento de Öcalan de las mujeres como la «fuerza de vanguardia de la revolución» fue clave para redefinir el liderazgo y la legitimidad en un movimiento moldeado durante mucho tiempo por el virilismo. Fomentó la creación de estructuras paralelas de mujeres y apoyó la jineolojî, una epistemología feminista teorizada como central en su visión del confederalismo democrático. A su vez, las mujeres kurdas legitimaron su liderazgo ideológico. Reafirmaron especialmente el llamamiento de Öcalan a suspender la lucha armada tras su captura en 1999, un momento de profunda crisis para el PKK marcado por deserciones masivas entre 2002 y 2004 (aproximadamente 1.500 combatientes abandonaron el PKK en medio de una reorientación ideológica y luchas internas que culminaron con el retorno al conflicto armado a mediados de 2004). La lealtad continuada de las mujeres durante este periodo fue una elección estratégica destinada a preservar la continuidad ideológica en medio de la fragmentación y la represión.

Sin embargo, esta lealtad tenía límites. Las propuestas para una mayor autonomía, como la creación de un Partido de las Mujeres Trabajadoras Kurdas, fueron bloqueadas por el Comité Central del PKK, lo que reveló las persistentes limitaciones estructurales. Aun así, la alianza se mantuvo, sobre todo porque el giro ideológico de Öcalan en 2005 hacia el confederalismo democrático situó la igualdad de género en el centro de un nuevo modelo político. En 2012, Öcalan se negó a reunirse con una delegación de paz que no contara con representación del movimiento feminista, lo que puso de relieve su carácter indispensable. Simbólicamente, en 2013, las mujeres de Rojava anunciaron la creación de las YPJ (Unidades de Protección de las Mujeres) el día del cumpleaños de Öcalan, reafirmando tanto su confianza en su visión como su reivindicación de una militancia autónoma.

Esta paradoja (construir la autonomía política de las mujeres a través de un líder masculino) genera tensiones críticas. Si bien el discurso de Öcalan promueve la descentralización y la desmilitarización, su carismática autoridad sigue siendo fundamental. El horizonte feminista del movimiento se ve así envuelto en una dependencia estratégica. Los repetidos llamamientos de Öcalan al desarme del PKK, especialmente en los últimos años, amplifican esta contradicción: desafían la masculinidad militarizada arraigada desde hace tiempo en la lucha revolucionaria, pero también provocan incertidumbre sobre la influencia de las mujeres en un proceso político desarmado.

Históricamente, la resistencia armada permitió a las mujeres kurdas ganar visibilidad, liderazgo y legitimidad. El combate rompió los tabúes de género y creó un capital simbólico, aunque corría el riesgo de reproducir lo que algunos teóricos denominan «masculinidad adoptada», es decir, una réplica de las normas patriarcales bajo el disfraz de la igualdad revolucionaria. El actual cambio hacia la desmilitarización, si bien abre espacio para prácticas feministas comunitarias y no jerárquicas, también amenaza con desmantelar las estructuras que protegían y empoderaban a las mujeres en condiciones de violencia estatal. Esta tensión es fundamental en los debates sobre el futuro del movimiento.

La posible disolución del PKK plantea preguntas urgentes: ¿Aprovechará el movimiento de mujeres kurdas el momento para afirmar su plena autonomía? ¿Desarrollará una postura feminista distintiva sobre este cambio estratégico? ¿La disolución debilita o empodera a las mujeres dentro de la lucha kurda?

El desarme podría representar un paso hacia la paz feminista o una vulnerabilidad estratégica. Algunas militantes abogan por una desmilitarización cautelosa y condicional, supeditada a la consolidación institucional, el reconocimiento internacional y las garantías de los derechos de las mujeres, ya que afianza las mentalidades bélicas masculinas y abre espacio para prácticas feministas radicales, comunitarias y no jerárquicas. Históricamente arraigada en ideales masculinistas (donde el heroísmo, el martirio y el valor militar definían la legitimidad), la violencia revolucionaria kurda se ve ahora cuestionada por el llamamiento de Öcalan a la desmilitarización, que busca orientar el movimiento hacia un horizonte feminista desligado de la masculinidad militarizada. Sin embargo, otras personas advierten de que la desmilitarización podría exponer a las mujeres a una renovada violencia patriarcal y estatal, especialmente si los logros alcanzados por las YPJ o las YJA-Star (las Unidades de Mujeres Libres, Yekîneyên Jinên Azad ên Star) no se salvaguardan políticamente.

Más allá de la lucha armada, las mujeres kurdas y turcas han desempeñado durante mucho tiempo un papel fundamental en la resistencia civil y los compromisos de paz más amplios. Las Madres por la Paz (Dayikên Aşîtîyê), madres kurdas que perdieron a sus hijos en el conflicto entre el PKK y el Estado, se convirtieron en símbolos de la resistencia no violenta en las décadas de 1990 y 2000. Campañas como «No toques a mi amigo/a» (1990) y «Las mujeres caminan juntas» movilizaron a redes de base para hacer frente al nacionalismo, el racismo y la guerra. 6 En 2009, la Iniciativa Feminista por la Paz (BİKG) reunió a mujeres de diferentes etnias para exigir la desmilitarización, la reconstrucción social y procesos de paz inclusivos. Estos movimientos demostraron cómo las mujeres han transformado las experiencias de pérdida y marginación en compromiso político.

En una carta fechada el 30 de mayo desde la prisión de İmralı a la Academia Jineolojî, Öcalan reafirmó que la liberación de las mujeres es la verdadera medida del socialismo, calificándola como la base de su lucha revolucionaria. Describió la jineolojî como un proyecto transformador en curso y a las mujeres como líderes potenciales de la paz y la democracia en Oriente Medio. De hecho, Öcalan confía en las mujeres para liderar esta transición, dado el papel protagonista que han desempeñado en anteriores iniciativas de paz en Kurdistán.

La elección de Bese Hozat (comandante desde hace mucho tiempo y copresidenta de la Unión de Comunidades del Kurdistán (KCK) y compañera cercana de Sakine Cansız, la icónica líder feminista del PKK asesinada en París en 2013) como figura central en la simbólica ceremonia de desarme del PKK el 11 de julio subraya la importancia duradera del liderazgo de las mujeres en el movimiento kurdo. Incluso en un momento de transición, este gesto simbólico reafirma el compromiso ideológico del movimiento con la liberación de género y honra el legado del feminismo revolucionario kurdo.

El reto ahora consiste en sortear las contradicciones de la desmilitarización: equilibrar la ética feminista con la necesidad de protección, la autonomía con las alianzas estratégicas y la construcción de la paz con la agencia política.

Cualquier proceso de paz futuro debe centrarse en las realidades vividas y las visiones políticas de las mujeres kurdas. Su papel no ha sido secundario, sino fundamental, y son sus decisiones estratégicas, y no solo las de Öcalan, las que darán forma al próximo capítulo del movimiento kurdo.

Bese Hozat dirigiendo la simbólica ceremonia de desarme del PKK el 11 de julio de 2025.

Conclusión

Desde la perspectiva de los partidarios del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la posible disolución de la organización no debe interpretarse como el fin de la lucha kurda, sino como el inicio de una nueva fase de resistencia aún por definir. Si bien esta perspectiva encarna un optimismo estratégico, también exige una reflexión cuidadosa. Redefinir la resistencia en un contexto tan complejo requiere una comprensión matizada de sus limitaciones, contradicciones y riesgos inherentes. En otras palabras, aunque este enfoque puede abrir nuevas vías para el movimiento, no debe aceptarse acríticamente como una solución definitiva sin un análisis exhaustivo. Para garantizar su legitimidad, es necesario contar con mecanismos que permitan integrar en este proceso las críticas de los miembros y activistas del PKK, en particular las voces de las mujeres presas políticas.

El PKK se enfrenta a una confluencia de retos complejos, entre los que se incluyen presiones militares y tecnológicas cada vez más intensas, así como limitaciones políticas tanto a nivel nacional como regional. Estos retos limitan gravemente la capacidad del movimiento para mantener la lucha armada y lograr una transformación estructural. El cambio hacia formas de organización legales y dirigidas por civiles representa una apuesta estratégica significativa. Si bien esta transición merece una seria consideración y experimentación, su éxito depende del cumplimiento de varias condiciones críticas; sin ellas, el fracaso o la marginación siguen siendo un riesgo considerable. Además, la tensión entre las presiones inmediatas del Estado y la visión a largo plazo del PKK de un proceso político prolongado plantea dudas sobre la viabilidad y el momento adecuado para este cambio.

Si Erdoğan vuelve a socavar el proceso político, el PKK está dispuesto a reanudar la resistencia armada, no por desesperación, sino como continuación de su lógica política duradera basada en la dignidad colectiva y la autodeterminación. No obstante, tal resurgimiento probablemente conllevaría dificultades y costes significativos, que recaerían de manera desproporcionada sobre la población kurda.

Lejos de ser un mero actor táctico, el movimiento de liberación kurdo encarna un proyecto político más amplio que altera fundamentalmente las nociones predominantes de soberanía y legitimidad en toda la región. Cualquier cambio sustantivo en su orientación estratégica exige comprender la interacción entre las limitaciones estructurales, los riesgos geopolíticos y las relaciones de poder asimétricas a nivel local, regional e internacional. En el mejor de los casos, el giro del movimiento hacia la institucionalización no solo podría consolidar su legitimidad política, sino también abrir nuevas vías para la reconciliación intrakurda, en particular con rivales de larga data como el Partido Democrático del Kurdistán (KDP). Este reajuste estratégico podría sentar las bases para una arquitectura política kurda transnacional, más inteligible y diplomáticamente aceptable para los actores internacionales, especialmente las potencias occidentales que históricamente han marginado las reivindicaciones kurdas en favor de su alineamiento estratégico con Ankara.

Esta redefinición en curso de la resistencia kurda también se enfrenta a importantes retos internos, como las tensiones entre facciones y la necesidad imperiosa de una reconciliación política, que debe ir acompañada de la aceptación de los actores regionales y globales. Sin embargo, este proceso ofrece la posibilidad de cultivar estructuras políticas más inclusivas y legítimas.

Por último, la transformación propuesta en el lenguaje y las modalidades de la resistencia (articulada por Abdullah Öcalan y los partidarios del PKK) responde a las realidades de la vigilancia tecnológica y la guerra contemporáneas. Esto desafía la resistencia militante convencional, haciendo hincapié en la adaptabilidad, la resiliencia y la rearticulación del poder en formas novedosas y menos visibles.


Traducido por A Planeta.


Armas quemadas durante una ceremonia que representa el desarme simbólico del PKK el 11 de julio de 2025.

  1. «El proceso que culminó en nuestro XII Congreso comenzó con una reunión el 23 de octubre de 2024 entre el sobrino del líder Apo y nuestra delegación. Esta reunión se celebró en respuesta a las declaraciones y llamamientos realizados por Devlet Bahçeli, líder del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), a principios de octubre. Durante la reunión, el líder Apo declaró públicamente que «si se dan las condiciones necesarias, tiene la capacidad tanto teórica como práctica para trasladar la cuestión kurda de un contexto de violencia y conflicto a uno de política democrática y resolución legal». En los meses siguientes, se celebraron una serie de reuniones entre la delegación del Partido de la Igualdad y la Democracia de los Pueblos (Partido DEM) y el líder Apo en la isla de İmralı. Estos encuentros fueron acompañados de mensajes del líder Apo que dieron forma al proceso. En primer lugar, envió cartas a los líderes de los partidos políticos de Turquía, seguidas de correspondencia dirigida a nosotras. En estas cartas, articuló su posición sobre la conclusión de las actividades realizadas en nombre del PKK y el fin de la lucha armada, afirmando que su misión histórica había llegado a su fin. En nuestra respuesta, expresamos nuestra disposición a celebrar el congreso propuesto, al tiempo que subrayamos que decisiones tan fundamentales solo podían tomarse con la participación directa y el liderazgo del líder Apo durante el propio congreso. Dando un paso más, el líder Apo, a través de la delegación del Partido DEM, emitió el 27 de febrero el «Llamamiento por la paz y una sociedad democrática». En este llamamiento, nos instó a convocar el congreso y a tomar decisiones para poner fin oficialmente a las actividades bajo el nombre del PKK y dar por concluida la lucha armada. También declaró su disposición a asumir toda la responsabilidad histórica de la iniciativa. Tras este llamamiento, en una declaración pública publicada el 1 de marzo, reafirmamos la posición que habíamos compartido anteriormente en nuestra carta al líder Apo. Para apoyar el proceso, declaramos un alto el fuego unilateral, que comunicamos al público. Estos acontecimientos provocaron un intenso debate público tanto a nivel nacional como internacional. Participamos activamente en estos debates, exponiendo nuestros puntos de vista y esforzándonos por ofrecer evaluaciones tanto escritas como verbales para ayudar a nuestro pueblo y a nuestros aliados a comprender de forma clara y exhaustiva el proceso. Además, transmitimos tanto las actas de las reuniones celebradas con el líder Apo como las directrices elaboradas en nombre de las direcciones del PKK y del PAJK (Partido de las Mujeres Libres del Kurdistán) en relación con la organización de nuestro partido. Todas estas acciones se llevaron a cabo con el pleno conocimiento y consentimiento de la delegación del congreso. Para ver la declaración completa, consulte la declaración del Comité Central del PKK de fecha 4 de mayo de 2025

  2. «Nuestra visión para la nueva era se basa en la reconstrucción de la sociedad sobre la base de la nacionalidad democrática, los principios ecoeconómicos y el comunalismo. Para establecer filosóficamente esta estructura (sus dimensiones ideológicas y su encarnación en la sociedad en general) tenemos la responsabilidad de formular su marco teórico y conceptual… Estamos en proceso de dar forma a los componentes ideológicos, el programa práctico y las dimensiones táctico-estratégicas del futuro. La sociedad democrática constituye el programa político de esta era. No tiene como objetivo principal al Estado. La política de una sociedad democrática es la política democrática… El socialismo democrático, del mismo modo, significa una democracia con base social… La vida libre de los pueblos es posible gracias a la comuna… En un esfuerzo por trascender la modernidad y el socialismo real que la sirvió, buscamos desarrollar un nuevo análisis y una teoría socialista alternativa. A este marco lo llamamos «modernidad democrática». En él, se propone la nación democrática como alternativa al Estado-nación; la comuna y el comunalismo sustituyen al capitalismo; y la economía-ecología se propone en lugar del industrialismo. Se desarrollaron análisis correspondientes para articular y respaldar estos cambios conceptuales… La victoria en Kurdistán también tendrá un impacto en Siria, Irán e Irak. La República de Turquía tendrá la oportunidad de renovarse, abrazar la democracia y asumir un papel de liderazgo en la región… Puedo afirmar con confianza que los oponentes a este proceso carecen de valores significativos y que, en última instancia, fracasarán. Sin embargo, hacer realidad esta visión supone una responsabilidad significativa para todas las partes implicadas. El confederalismo regional se está revelando como una necesidad absoluta; al mismo tiempo, este camino exige inevitablemente la aparición de una nueva forma de internacionalismo». Puede leer la carta completa aquí

  3. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi, AKP) respondió con una represión intensificada. En 2009, los «juicios KCK» condujeron a la detención de casi 10.000 personas (políticos, defensoras de los derechos humanos, sindicalistas y feministas) bajo amplios cargos de terrorismo. 

  4. El concepto de «comuna» cobra importancia. Para Öcalan, representa el instrumento auténtico del pueblo, opuesto al Estado-nación, que él considera la extensión armada del capitalismo. La construcción de una sociedad comunal a través de municipios democráticos solo es posible con una lucha anticapitalista coherente, respaldada por una claridad política y una determinación inquebrantable. Sin ello, el proyecto fracasará. 

  5. La familia de Bese Hozat fue víctima de la masacre que el Estado turco llevó a cabo durante el levantamiento de Dersim en 1938. Ella afirmó que su familia fue objeto de un genocidio, en el que murieron tanto su padre como su abuelo. Su hermano y su hermana también fueron asesinados por el Estado turco. Su abuela, superviviente de la masacre, logró escapar tras soportar graves penurias a manos de los soldados turcos. 

  6. Véase, por ejemplo, este artículo de Soma Negahdarinia.